Por la Raya (1)
LEÓN EN RIBA CÔA
Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias de chorrar
Por uma lágrima tua
Me dexairia matar
Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias de chorrar
Por uma lágrima tua
Me dexairia matar
Al anochecer los viajeros regresan a Ciudad Rodrigo, acunados por la voz de Dulce Pontes y la dicha de haber descubierto en Portugal más de lo que fueron buscando. Al final de la jornada hacen recuento; atrás quedaron, casi como un suspiro, Monsanto e Idanha-a-Velha, Penamacor y Sortelha, Sabugal y Alfaiates. Cuando un buen día decidieron correr la Raya y remontar el Côa, en busca de la huella de dos monarcas leoneses, no podían ni imaginar tanta y tan dilatada geografía, preñada de paisajes y evocaciones históricas.
Lo que otrora eran largas jornadas, entre villas y sierras, a pie o a caballo, hoy, ochocientos años después, las distancias se acortan de la mano de los automóviles y de carreteras bien asfaltadas.
La mañana saludaba con un tímido sol que luchaba por abrirse paso. El cielo, rasgado, entre nubes y claros, era una incógnita. Los viajeros se dirigieron hacia Alberguería de Argañán por la ribera de Azaba, atravesando uno de los más grandes encinares de la península.
Es ahora cuando afloran los recuerdos de la infancia, cuando se iba a la dehesa de Pascualarina a hacer acopio de cisco para afrontar los fríos invernales. Pero apenas hay tiempo para la memoria, pues los pueblos del Azaba se suceden de manera rápida y, cuando menos se lo esperan, están ya los viajeros en Alberguería. Aquí preguntan por el castillo, al que no han vuelto a ver desde hace más de veinte años. Todo sigue igual: la ruina y los espacios invadidos. Aún así, todavía puede recorrerse e identificarse la planta de la fortaleza, entre cubos rellenos y derruidos. Uno se pregunta si aquí, en este espacio transfronterizo, no llegan los fondos europeos para que el viejo recinto pueda, aunque sólo sea, lavar su imagen y recuperar ciertos muros, ocultos tras corrales adosados y desvencijados. En el interior del que fuera patio de armas, algunas casas de vecinos y dos ancianos nonagenarios con los que intercambian palabras de salutación y de los que se despiden deseándose salud y suerte.
Después de caminar por el paseo de ronda y de volver sobre sus pasos, los viajeros abandonan el campo de Argañán y se dirigen a Portugal. Apenas si perciben el paso entre los dos países, como no sea una señal verde a la derecha de la carretera con el anuncio del país, en mayúsculas. Por el contrario, el paisaje es el mismo, de planalto, antes de atravesar las estribaciones serranas. Luego viene Aldeia da Ponte, tierra de toros, capeia y forçao, como es costumbre en estos pueblos rayanos. A las once, diez hora portuguesa, están en Alfaiates. Es día de Todos los Santos, pero todavía no hay movimiento en la villa. En el Largo del Castelo bajan de su motorizada montura y, casi como contraste, les saluda un viejo potro de herrar las cabalgaduras. Aquí sí parece que ha llegado el maná de Bruselas. Un cartel anuncia que el castelo está en restauración. La entrada a la fortaleza se abre hacia la praça de Braz Garcia de Mascarenhas, en cuyo centro se ubica blanco busto de piedra, con podium aún sin anclar al pavimento. Presiéntese pronta inauguración.
Al lado del castillo se descubre otra estatua, esta vez de cuerpo entero, que señala la Taberna del Rei. Se preguntan los recién llegados de qué monarca se trata, si de Alfonso IX de León, que dio fuero a Alfaiates hacia 1227 o de D. Dinis de Portugal que, tras el tratado de Alcañices, rescató la villa. Mas bien se decantan por el portugués, sobre todo después de observar que el escudo real con las quinas, la cruz de Cristo y las esferas armilares, campea sobre la puerta de la fortaleza. Tras recorrer las calles y rincones, los viajeros abandonan la villa, perseguidos por el sonido broncíneo de una campana que no cesa de sonar, y se dirigen hacia Sabugal.
Cuando pasan por Nave se topan con gente que lleva ramos de flores al camposanto. Hay coches con matrículas del país y también otras, francesas, pues esta zona de la Raya es tierra de emigración, a Francia, a Suiza o a Lisboa. También del lado español sucede lo mismo, sólo que éstos, además de ir allende el Pirineo, cambian el Manzanares por el Tajo.
En Rendo, una placa anuncia la ermita de Roque Amador, viejo culto ligado a las peregrinaciones jacobeas. Pronto estarán los viajeros llegando a Sabugal, antigua villa del reino de León a los pies de un Côa cantarín. Pero ahora es preciso hacer un alto en el camino y premiar el cuerpo, antes de encarar la subida a la roca de Sortelha.
Lo que otrora eran largas jornadas, entre villas y sierras, a pie o a caballo, hoy, ochocientos años después, las distancias se acortan de la mano de los automóviles y de carreteras bien asfaltadas.
La mañana saludaba con un tímido sol que luchaba por abrirse paso. El cielo, rasgado, entre nubes y claros, era una incógnita. Los viajeros se dirigieron hacia Alberguería de Argañán por la ribera de Azaba, atravesando uno de los más grandes encinares de la península.
Es ahora cuando afloran los recuerdos de la infancia, cuando se iba a la dehesa de Pascualarina a hacer acopio de cisco para afrontar los fríos invernales. Pero apenas hay tiempo para la memoria, pues los pueblos del Azaba se suceden de manera rápida y, cuando menos se lo esperan, están ya los viajeros en Alberguería. Aquí preguntan por el castillo, al que no han vuelto a ver desde hace más de veinte años. Todo sigue igual: la ruina y los espacios invadidos. Aún así, todavía puede recorrerse e identificarse la planta de la fortaleza, entre cubos rellenos y derruidos. Uno se pregunta si aquí, en este espacio transfronterizo, no llegan los fondos europeos para que el viejo recinto pueda, aunque sólo sea, lavar su imagen y recuperar ciertos muros, ocultos tras corrales adosados y desvencijados. En el interior del que fuera patio de armas, algunas casas de vecinos y dos ancianos nonagenarios con los que intercambian palabras de salutación y de los que se despiden deseándose salud y suerte.
Después de caminar por el paseo de ronda y de volver sobre sus pasos, los viajeros abandonan el campo de Argañán y se dirigen a Portugal. Apenas si perciben el paso entre los dos países, como no sea una señal verde a la derecha de la carretera con el anuncio del país, en mayúsculas. Por el contrario, el paisaje es el mismo, de planalto, antes de atravesar las estribaciones serranas. Luego viene Aldeia da Ponte, tierra de toros, capeia y forçao, como es costumbre en estos pueblos rayanos. A las once, diez hora portuguesa, están en Alfaiates. Es día de Todos los Santos, pero todavía no hay movimiento en la villa. En el Largo del Castelo bajan de su motorizada montura y, casi como contraste, les saluda un viejo potro de herrar las cabalgaduras. Aquí sí parece que ha llegado el maná de Bruselas. Un cartel anuncia que el castelo está en restauración. La entrada a la fortaleza se abre hacia la praça de Braz Garcia de Mascarenhas, en cuyo centro se ubica blanco busto de piedra, con podium aún sin anclar al pavimento. Presiéntese pronta inauguración.
Al lado del castillo se descubre otra estatua, esta vez de cuerpo entero, que señala la Taberna del Rei. Se preguntan los recién llegados de qué monarca se trata, si de Alfonso IX de León, que dio fuero a Alfaiates hacia 1227 o de D. Dinis de Portugal que, tras el tratado de Alcañices, rescató la villa. Mas bien se decantan por el portugués, sobre todo después de observar que el escudo real con las quinas, la cruz de Cristo y las esferas armilares, campea sobre la puerta de la fortaleza. Tras recorrer las calles y rincones, los viajeros abandonan la villa, perseguidos por el sonido broncíneo de una campana que no cesa de sonar, y se dirigen hacia Sabugal.
Cuando pasan por Nave se topan con gente que lleva ramos de flores al camposanto. Hay coches con matrículas del país y también otras, francesas, pues esta zona de la Raya es tierra de emigración, a Francia, a Suiza o a Lisboa. También del lado español sucede lo mismo, sólo que éstos, además de ir allende el Pirineo, cambian el Manzanares por el Tajo.
En Rendo, una placa anuncia la ermita de Roque Amador, viejo culto ligado a las peregrinaciones jacobeas. Pronto estarán los viajeros llegando a Sabugal, antigua villa del reino de León a los pies de un Côa cantarín. Pero ahora es preciso hacer un alto en el camino y premiar el cuerpo, antes de encarar la subida a la roca de Sortelha.
Foto: Castelo de Alfaiates y río Côa.
Etiquetas: Cuaderno del Este, Por la Raya